sábado, 16 de mayo de 2009

Los Patios





Si España es poeta, Córdoba es su poesía, poesía que podemos sentir si transitamos sus estrechas calles de perspectivas imposibles, como esa que llaman de Las Flores, con sus casas enjalbegadas, sus ventanas y patios chorreando flores y al fondo, erguida en el atardecer como un dedo apuntando el cielo, la Torre del Alminar.
Córdoba se echa en los brazos de quien la besa y se abraza estrechamente para sellar una relación de afecto con el viajero, con el caminante en nuestro caso, que puede y quiere durar toda la vida. Hay a veces que todo se conjura para hacer que el encuentro sea definitivo; las buenas circunstancias coinciden y se produce el milagro.
Se puede entrar en los patios de las casas –abiertos de par en par en días de concurso de embellecimiento–, como si pudiera añadirse más belleza a la que ya tienen desde que el último lbañil mestizo dio el último retoque de cal blanca o coloreada a las paredes interiores y frescas de tales lugares de reposo. En ellos las familias se reúnen en apacible tertulia, aprovechando el fresco del atardecer, después del terrible calor del día.

Gitanillas, geranios, helechos, dalias, pilistras, hortensias, jazmines, yerbabuena, aloes, begonias, cactus, cinerarias, narcisos, azucenas buganvillas, rosas, claveles, fucsias, yedras, y el limonero, seguro que si en la tierra existe un paraiso, todas las plantas nombradas, deben estar en el, al menos yo no concibo un paraiso sin ellas.




Vuela la imaginación, los aromas de los jazmines, rosas y azucenas embriagan los sentidos del viajero, la luz y la cal casi lo ciegan, el frescor de la sombra lo reconforta, sentidos avidos de sensaciones rebuscan cada rincon, cada color, los contrastes, lo antiguo, el pasado, el pasado vuelve a la mente del viajero, vuelve el recuerdo de la niñez de esa pequeña abuela, esa gran mujer que con cada caida del sol, como un ritual, una liturgia cual samaritana, alivia la sed a cada tiesto, una a una, sin prisas con la tranquilidad que solo una vida sabe conceder.

Suena el golpe profundo a continuación la garrucha, lentamente, y de pronto una explosión de agua de fria y cristalina agua, siempre se ha dicho que el agua es inolora, pero quien olfatea un cubo de laton recien salido del fondo de la tierra rebosante de agua en el brocal, aprecia un olor característico, un olor que desde mi niñez nunca he olvidado, huele a limpio, huele a recuerdos, huele a pasado, pero sobre todo huele a vida, que nadie diga que el agua es inodora.
Imaginar los tiempos en que los abuelos en las largas tardes y en las cortas noches del verano hipnotizaban la atención de los mas pequeños con cuentos de moros, cristianos, tesoros, de fantasmas blancos siempre con sabanas blancas, cuando el tiempo no era tan importante, cuando cada segundo se saboreaba al máximo, quizás hoy se viva mejor, con mas comodidad, con mas prisas pero los recuerdos, los recuerdos pesan mucho y en la balanza de la vida los recuerdos tienen su propio peso.
Imaginar las calurosas noches del Sur, sentado en una mecedora entre madera y lona en el frescor del patio, una conversación, con trascendencia o sin ella a la luz de un cielo estrellado y de un suelo aún húmedo por el ultimo riego, imaginar el calor del interior de las casas invitaba a velar, como si el patio invitase a una nueva conversación, así hasta caer rendidos, las noches de los sábados cuando el calor hacia salir todos los colchones al patio, ver a los niños dormidos incitaba a los padres a vivir.
Ahora el viajero se sorprende de los lavaderos, del pozo, de las cocinas de carbón o leña de como se sacaba la vida de un pozo en un cubo, vida para todos los habitantes del patio incluyendo las plantas, la vida de patio ahora es objetivo de cámaras, inmortalizar el botijo colgado en el quicio, el contraste de las cortinas de rayas, la llamativa pintura del retrete común para todos los vecinos y sobre todo el color, el verde, el rojo, el amarillo, el blanco, el azul, el rosa, la mezcla de todos, de algunos. Si Dante hubiese conocido los patios de Córdoba, es probable que nunca hubiese nombrado su infierno en la Divina Comedia o al menos lo olvidase con rapidez.
Visitar los patios, sea cual fuese el lugar, es un verdadero placer a todos los sentidos, la vista del lugar, el olor de las flores, el gusto por el agua fresca y cristalina, el tacto de hojas y petalos, escuchar el sonido de la noche, ese grillo de verano, el sonido del agua, da igual donde perciba el patio aunque como conciudadano de Julio Romero, mi consejo es vivirlos en Córdoba, pasear las callejas, entrar en los patios, lastima que esten masificados, pero al igual que la mezquita, que gracias a la destrucción de parte de ella para construir la catedral se ha conservado el resto, quizás para que los patios conserven su vida, parte de su encanto se deba perder.
Viajero en el mes de Mayo reserva una parada, un instante, los patios son el pasado, el presente y quizás el futuro.

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